TRABAJO Y SALUD MENTAL. SOBRE EL ESTUDIO DE LA VULNERABILIDAD Y SUS RELACIONES CON LAS POLÍTICAS DE SALUD Y CAMBIO TECNOLOGICO.

 

images Trabajo y vulnerabilidad

 

 

TRABAJO Y SALUD MENTAL. SOBRE EL ESTUDIO DE LA VULNERABILIDAD Y SUS RELACIONES CON LAS POLÍTICAS DE SALUD Y CAMBIO TECNOLOGICO.[1]

Autores: Simonetti G., Bonantini C.[2]

Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Rosario

Resumen

El objetivo de este artículo es debatir sobre un concepto denominado vulnerabilidad psicosocio-laboral (VPSL) y su relación con la salud mental, a partir de los desarrollos teóricos que hemos efectuado en el marco de una investigación en curso, orientada a producir un instrumento de evaluación de los índices de VPSL en poblaciones ocupadas y desocupadas.

A tal efecto realizamos un breve recorrido analizando los cambios operados en el mundo del trabajo, la relación entre trabajo y salud mental y las diferentes conceptualizaciones de vulnerabilidad para problematizar y profundizar en la vulnerabilidad psicosocio-laboral como indicador del deterioro de las relaciones sociales y de la salud de los trabajadores.

Consideramos que estos desarrollos tendrán un importante impacto a nivel socio económico por cuanto servirán para promover programas y políticas de Estado que superen el estrecho marco de la asistencia actual a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Palabras Clave: Trabajo – Salud Mental –  Riesgos – Vulnerabilidad psicosocio-laboral

 

Abstract

The purpose of this article is to discuss the concept named psychosocial-labour vulnerability (VPSL) and its relation with mental health, from the theoretical developments made within an investigation still on course, intending to create an evaluation device of VPSL indicators on both employed and unemployed population.

Regarding this issue we explored, analysing changes occurred in the labour world, the labour – mental health relation and the different vulnerability concepts to challenge and deepen in the psychosocial-labour vulnerability as an indicator of the deterioration in social relations and workers’ health.

We consider that these developments will have a great impact on an economical and social level, as they will promote the establishment of programs and State policies to improve the reduced assistance that exists among the underprivileged population in this society.

Key Words: Work – Mental Health – Risks – Psychosocial-labour Vulnerability.

 

Análisis de las políticas de asistencia a los sectores vulnerables y sus relaciones con los cambios en el mundo del trabajo.

Desde sus comienzos el capitalismo constituyó un sistema de acumulación de gran flexibilidad y adaptación. Esto supone que el sistema, si bien en sus fundamentos mas profundos no se ha modificado (relaciones contractuales entre obreros y empleadores, orientación de la actividad económica hacia el mercado, sistema de propiedad de los medios de producción, etc.), ha sufrido mutaciones, pudiéndose determinar en cada momento socio histórico diferentes patrones de acumulación capitalista.

En el capitalismo de la revolución industrial encontramos formas de relación contractual cercanas a la servidumbre feudal, tales como jornadas de trabajo extensas, vivienda de los trabajadores en la empresa, obediencia y sumisión de los mismos al patrono, etc.

R. Sennet (2000) refiere las formas de la organización del trabajo en este período y relata las características que tenían las empresas, las que constituían un tipo de familia ampliada, en la que, como decimos mas arriba, los trabajadores convivían en el predio de la empresa conjuntamente con el patrón de la misma.

No existían los horarios que delimitan la jornada de trabajo, y el mismo se conformaba por una serie de rutinas que en los hechos destruían el carácter autónomo de los trabajadores.

El tiempo comienza a tener importancia en el mundo del trabajo cuando los benedictinos dividen con las campanas de la iglesia las unidades religiosas, separando las horas de trabajo de las horas de oración. Se desarrolla un proceso, en el cual el tiempo comienza a ser cada vez más parcelado, delimitando la jornada de trabajo y creando el trabajador libre, que no pertenece a una empresa en particular sino que puede deambular por diferentes empresas.

El proceso de lucha de clases y las necesidades impuestas por un mercado en expansión obligaron a las primigenias empresas a realizar cambios tecnológicos, tanto en lo que se refiere a las tecnologías de recursos humanos, como a las máquinas y herramientas con las que se producía.

La primera gran construcción teórica y práctica del capitalismo moderno, entre 1850 y 1930, dio lugar a lo que podríamos denominar como la segunda revolución industrial y cuya construcción conceptual y práctica más importante fue el taylorismo-fordismo que dio origen a la sistematización de la producción mediante la inclusión de metodologías “científicas” de trabajo y la organización de la línea de producción como forma de construcción del espacio de manufactura fabril.

Simétricamente observamos la reacción obrera contra los efectos de estas nuevas formas de organizar la producción, desde el comienzo del período histórico referido surgen en Inglaterra, y se extienden a todo el sistema, las llamadas Trade Unión que constituyeron organizaciones sindicales originarias mediante las cuales los obreros luchaban por sus derechos.

Las luchas obreras dispararon la reflexión y la experiencias transformadoras en el campo de la producción, de la relación entre la investigación en el campo del trabajo y la resistencia obrera a las diferentes formas de superexplotación, surgieron primero trabajos orientados a mitigar los efectos del taylorismo (E. Mayo; D. McGregor; F. Herzberg; etc.) llegándose a aquellos aportes que lisa y llanamente planteaban la eliminación del método criticado, como por ejemplo los trabajos de M. Frankenhaeuser y B. Gardell (1976) en Suecia y de Einar Thorsrud en Noruega (1975), que dieron origen a las leyes de eliminación del taylorismo, en la primera, en 1977 y 1978, y el modelo de los grupos de trabajo auto dirigidos, en la segunda.

En la década del 70´ también asistimos al debate sobre los efectos de la producción sobre la salud física y mental de los trabajadores que dieron lugar a constructos como el Modelo Obrero Italiano y el Método LEST, entre otros, que dotan a la producción teórica en el campo de un nuevo rumbo. En nuestro país, un poco más tardíamente, encontramos esta preocupación con los trabajos del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL) entre cuyos investigadores más importantes se encontraban Julio Neffa e Irene Vasilachis. Estos investigadores desarrollaron modelos interesantes para el análisis de los procesos laborales como la CYMAT (Condiciones y Medio Ambiente de Trabajo).

Asistimos a un paso importante en lo teórico con escasas consecuencias prácticas como lo es la incorporación de la investigación sobre la salud en general y la salud mental en particular en el campo de trabajo.

Los estudios sobre la relación entre proceso de trabajo y salud adquieren mayor importancia en la medida en que la producción capitalista a partir de las décadas del 80´ y 90´ cambia profundamente en cuanto a formas de organización, las características del vínculo laboral, la interconexión de las experiencias en el mundo laboral a partir de la llamada globalización, generando nuevas formas de trabajo y trabajadores como los teletrabajadores, los trabajadores free lance, etc. Surgen nuevos conceptos orientados a cambiar la mirada sobre la organización de la producción que ponen de manifiesto nuevas exigencias como la necesidad de reconvertir las competencias laborales en función del mercado de trabajo, organizar los llamados equipos de trabajo, desarrollar empresas de inserción sociolaboral, etc.

Esto no implicó eliminar la inequidad en el campo laboral, muy por el contrario la profundizó, ya que los cambios en la producción generaron una masa de excluidos del mercado de trabajo o integrados en el mismo en condiciones de precariedad.

Algunas aproximaciones sobre salud mental y trabajo.

En publicaciones anteriores hemos desarrollado ampliamente que entendemos a la salud mental como un equilibrio relativo, progresivo y espiralado, que involucra a un sujeto en un permanente proceso de integración, culturalmente dado, integrado como persona, pero a la vez en proceso de integración con el todo social y cultural del que participa activamente a través de grupos, organizaciones, instituciones y otras formas culturales. Esto también implica considerar a la persona dentro de su ciclo vital, expuesta a situaciones de vulnerabilidad o crisis en las que se juega la salud o la enfermedad. (Bonantini, C. Simonetti, G. et al, 1999, 2004)

R. Fahrer (2003), plantea que existen situaciones en la vida de los sujetos, promotoras de cambios significativos, que pueden potencializar la salud de los mismos o influir en la salud mental. Estas situaciones se conocen como “crisis vitales”.

Las crisis vitales forman parte del proceso de crecimiento y desarrollo propio del ser humano, o del proceso de reacción ante las vicisitudes y conflictos que se derivan de la acción social. En cualquiera de los casos el sujeto desarrolla sus habilidades de afrontamiento más constructivas o se descompensa. Estas “crisis vitales” abarcan las situaciones que afectan la salud, las que se relacionan con los cambios en la vida de pareja, doméstica o económica, y también acontecimientos vinculados a la vida social de las personas en general y puntualmente, según el interés de nuestra investigación, el trabajo o la falta de éste, particularmente las condiciones en que se realiza la tarea, los riesgos del trabajo, los agentes físicos que afectan la salud, etc.

Ana Pampliega de Quiroga (1998), plantea que la situación de crisis se asocia con ruptura, discontinuidad súbita, desestructuración de un orden previo. En los momentos de crisis los actores sociales se desenvuelven en un clima de confusión, ambigüedad e incertidumbre y los sujetos corren el riesgo de quedar atrapados en esas “crisis” sin poder posicionarse como protagonistas de ese momento histórico, lo que anticipa la posibilidad de un fuerte impacto en la subjetividad de los mismos. Como el sistema social es el sostén de la subjetividad, el quiebre del orden social puede convertirse en crisis del sujeto, emergiendo la angustia, el pánico, o una vivencia catastrófica.

La autora afirma que la crisis económica afecta el aspecto central del sujeto en su condición de productor, quedando cercenado el acceso a la satisfacción de las necesidades básicas e intensificándose los sentimientos de vulnerabilidad y el sufrimiento psíquico. Durante las crisis profundas el sujeto se desconoce a si mismo, sus potencialidades le resultan ajenas o inexistentes y las relaciones sociales y familiares son fuertemente puestas a prueba. En los procesos de crisis, la situación descripta no tiene connotaciones de inevitable, las vivencias y el destino de los sujetos insertos en las mismas dependerá si éstos se posicionan como actores sociales o como meros espectadores en un lugar de exclusión y pasividad.

Por otra parte, desde un punto de vista clínico y en referencia a la salud mental, R. Fahrer (2003) comenta que la crisis es una forma de estrés severo percibido por el sujeto como traumático, amenazante (real o imaginario) para la autoestima e integridad personal, originado por diferentes causas. Se puede decir que un sujeto esta atravesando una crisis cuando experimenta síntomas que implican rupturas importantes en las respuestas afectivas, cognitivas, comportamentales, sociales y/o fisiológicas.

Según esta línea de reflexión, las crisis pueden dividirse, de acuerdo a las fuentes que las ocasionan, en madurativas y circunstanciales y, dentro de esta última, accidentales y situacionales. Dejando de lado las crisis madurativas, en función que como su denominación lo indica se relacionan con el proceso de crecimiento y desarrollo de los sujetos, nos detenemos en la otra clasificación ya que interesa particularmente a nuestra investigación.

Las crisis circunstanciales ocurren cuando un hecho específico, de carácter precipitante, perturba el equilibrio psicológico de una persona o grupo de personas. Son inesperadas, repentinas, no tienen relación con la etapa madurativa y provocan una irrupción de tipo traumática en el modo habitual de vida, un estado de desorganización.

Dentro de este tipo de crisis y en particular cuando se trata de crisis situacionales podemos incluir los eventos que se relacionan con el trabajo como por ejemplo cambios abruptos de empleo, en la organización del trabajo, la pérdida del mismo.

B. Johnson (2000) considera que las crisis se precipitan dependiendo de las percepciones del sujeto, sus habilidades de afrontamiento y los sistemas de apoyo que tenga disponibles. En el estado de crisis el sujeto atraviesa por cuatro fases caracterizadas por diferentes grados de ansiedad como resultado o respuesta a un acontecimiento traumático. En cada fase el sujeto intenta utilizar los mecanismos de afrontamiento a los que se encontraba habituado pero si no consigue resolver el problema, el nivel de ansiedad aumenta hasta llegar a la cuarta fase en donde los recursos internos y los sistemas de apoyo son totalmente insuficientes e inefectivos provocando una situación de estrés y ansiedad que llega a límites intolerables. En esta situación el sujeto experimenta diferentes respuestas que resultan evidentes a través de síntomas que se relacionan con: ansiedad, depresión, alteraciones en los procesos del pensamiento y resolución de problemas, disminución de la autoestima, aislamiento social, deterioro de la interacción social, alteración en los patrones del sueño, deterioro en la comunicación verbal, alteración de la interacción social con los familiares y compañeros y malestares de tipo somático, entre otros.

Las crisis en general y las situacionales en particular, suelen tener una duración relativamente breve, pero cuando los sujetos no pueden utilizar eficientemente sus estrategias de afrontamiento (individuales o colectivas), éstas pueden ser desencadenantes o mantenedoras del malestar psíquico pudiendo alterar la salud mental de los mismos.

Por lo expuesto y retomando las conceptualizaciones realizadas hasta el momento, en este trabajo también se puede entender por salud mental a la potencialidad que tiene un sujeto de hacer uso de su autonomía o toma de decisiones, realizarse desde el punto de vista intelectual y emocional, reconocer sus habilidades, relacionarse con otros, trabajar productiva y fructíferamente, responder a las demandas de su entorno haciendo frente a las vicisitudes normales de la vida, transformándose a sí mismo en la medida en que actúa transformadoramente sobre su entorno.

Decíamos que nos interesa particularmente la definición de crisis situacional porque en la sociedad actual el trabajo ha perdido la connotación de un suceso de vida total para el sujeto, en el que se desenvolvía toda su vida, desarrollaba sus proyectos personales y abastecía los requerimientos de la cotidianeidad para pasar a ser un evento inmerso en la incertidumbre.

Desde la noción de trabajo estable, propio de las sociedades industriales, en las que un sujeto desarrollaba su vida “en el trabajo”, es decir la mayor parte de su tiempo y por ende de sus proyectos estaban vinculados a su ocupación, de manera que constituía una identidad propia en relación a lo que hacía, antes que a lo que era, hemos ido evolucionando a formas de ocupabilidad caracterizadas por la volatilidad (el trabajador tiene muchos empleos a lo largo de vida laboral) y el cambio permanente (los trabajos que desempeña no necesariamente son de las mismas características e implican diferentes conocimientos), con lo que tanto la identidad como los proyectos se vinculan cada vez menos a una forma de trabajar (un trabajo) y a una organización en particular.

La responsabilidad de la empleabilidad ha dejado de estar en el Estado o en la organización, para ser una función del propio trabajador, con lo que se han acentuado las formas de precarización laboral y han crecido los mercados laborales abiertos, es decir sin protección social, ni seguridad laboral.

El trabajo continúa teniendo la connotación de la sociedad industrial en la que se vivía para trabajar, todo el tiempo del sujeto, sus relaciones afectivas y sentimentales se construían y se desenvolvían en el proceso de trabajo, y el trabajador solo disponía como objetivo aquél que estaba enlazado a las vicisitudes de su vida laboral; pero con el agregado de la perdida de la seguridad, que ha sido arrasada por la precarización laboral, se ha sometiendo a los trabajadores a una creciente incertidumbre que vulnera su vida anímica produciéndole malestar psíquico, cuando no fuerte patologías físicas y mentales.

Si se pretende tener una sociedad más sana, con mayores estándares de bienestar físico y psíquico es necesario pasar de la noción de vivir para trabajar a la de trabajar para vivir, es decir que el trabajo constituya un medio de obtener los recursos para atender a las necesidades de la vida cotidiana, pero que nuestras vidas no se agoten en su desempeño, sino que se habiliten espacios sociales e individuales que permitan el desarrollo de las funciones humanas básicas, como la crítica, la creatividad y la autonomía.

Para ello, es necesario realizar un estudio profundo de las condiciones de vida y de trabajo de los actores sociales, de manera de identificar la situación de vulnerabilidad y sus relaciones con la salud mental.

No alcanza con analizar solamente las condiciones de trabajo o no trabajo y sus efectos sobre la salud de los actores productivos para avanzar en la resolución de la trama compleja que afecta a los sectores más débiles. Es necesario reconocer la gran complejidad social de la situación incluyendo además, variables como las competencias laborales que despliega el trabajador en el marco de un mercado de trabajo cada vez más cambiante y exigente, trabajar sobre los lazos sociales que el colectivo de producción establece en los proceso de trabajo incluyendo en el análisis las relaciones familiares, y las posibilidades de abordar formas innovadoras y adecuadas a los problemas de aquellas personas que han sido expulsadas del mercado laboral por diferentes causas y no pueden reingresar al mismo en los marcos de las políticas de empleabilidad.

La vulnerabilidad psicosocio-laboral como indicador del deterioro de las relaciones sociales y de la salud de los trabajadores.

El abordaje de la vulnerabilidad Psicosocio-laboral es una propuesta reciente que surge producto de los recorridos realizados por un equipo de investigación en la ciudad de Rosario desde las décadas del 90´ y la actual (Bonantini, C; Simonetti, G et al. 1999, 2002, 2004, 2005)

Para aislar el concepto se trabajó en el análisis de constructos más amplios que remitían a zonas problemáticas en el mapa conceptual del riesgo, producto del medio ambiente y las condiciones de vida.

Comencemos por el diccionario, en el mismo vulnerabilidad es definida como “la cualidad de lo que es vulnerable: a muchas personas no les gusta hablar de sus propios problemas, como si ello fuese un signo de debilidad, vulnerabilidad, inseguridad”. El diccionario define como vulnerable “al que se halla expuesto a recibir una lesión física o moral, lo débil, lo sensible” (Diccionario Everest Cúspide de la Lengua Castellana, 1977).

Como vemos, lo vulnerable aparece como debilidad y este es un concepto que hemos encontrado presente en no pocas oportunidades en la literatura del campo. No creemos que deba comenzar a aislarse el concepto desde la perspectiva de la debilidad (aunque pueda ser una característica) porque supone una cierta discriminación respecto al vulnerable, una hipótesis posible es que, tomada desde esta perspectiva la vulnerabilidad y sus derivados (vulnerabilidad social, psicosocial), impliquen estudios que por lo general atienden a cuestiones relacionadas con la pobreza extrema y desde los espacios oficiales se responde a ella con asistencia económica.

Creemos que es mucho más rico trabajar la vulnerabilidad desde la segunda perspectiva, la de la exposición que connota con el riesgo, riesgo a padecer, consecuencias ante un determinado escenario de catástrofe o crisis por no tener la disponibilidad de las herramientas físicas, psíquicas o sociales necesarias para enfrentarla, en este caso la vulnerabilidad implicaría la acción concertada de los ciudadanos y el Estado en el proceso de construcción y especialización de las herramientas definidas por el conjunto como necesarias.

Desde esta petición de principios comenzaremos a desagregar en las derivaciones de la vulnerabilidad para llegar al concepto que nos proponemos circunscribir.

Vulnerabilidad, vulnerabilidad social y psicosocial

Vulnerabilidad es un concepto que proviene de la física, y que se utiliza para reflejar la situación de personas o grupos de personas sometidas a desastres naturales. En general existen muchas definiciones en la literatura muy similares, tomamos a Wilches Chaux, G (1989) de la Red de Estudios Sociales en Prevención en América Latina, quien define a la Vulnerabilidad denotando la incapacidad de una comunidad para "absorber", mediante el autoajuste, los efectos de un determinado cambio en su medio ambiente, o sea su "inflexibilidad" o incapacidad para adaptarse a ese cambio, que para la comunidad constituye, por las razones expuestas, un riesgo. La vulnerabilidad determina la intensidad de los daños que produzca la ocurrencia efectiva del riesgo sobre la comunidad.

No es nuestro interés detenernos en el análisis del concepto sino usarlo como recurso para llegar al constructo que queremos producir.

Cuando operamos conceptualmente en el plano de lo social nos vemos obligados a descender un escalón precisando la vulnerabilidad en este terreno.

En la búsqueda teórica y documental realizada, encontramos muchos constructos sobre vulnerabilidad social. Para M. A. Sagone (2003), la vulnerabilidad social implicaría una mayor exposición a los riesgos que puede deberse a la dificultad de los sujetos para responder a los mismos, o a la inhabilidad para adaptarse activamente a los cambios drásticos. Supone la posibilidad de que un sujeto, un grupo social o una sociedad tengan riesgo de lesión o daño debido a las mutaciones en las condiciones de su entorno o a las propias limitaciones del sujeto, el grupo o la sociedad debido a los cambios bruscos en el entorno socioeconómico y político. El concepto hace referencia a situaciones de falta de recursos, sobre todo en una sociedad tan compleja como lo es la Sociedad de la Información y las Comunicaciones (TICs).

El tercer momento metodológico conceptual nos lleva a la definición de vulnerabilidad psicosocial que es el constructo que en sentido amplio podríamos considerar como más propio de la Psicología y la Psiquiatría. Al revisar la literatura pudimos detectar el riesgo al que hacíamos referencia al comienzo de esta exposición, la derivación de los estudios de vulnerabilidad hacia contextos de pobreza e indigencia casi exclusivamente, tomando a las mismas como su causa o consecuencia según las diferentes miradas. No pretendemos dejar de destacar la importancia que tienen estos estudios, sobre todo en contextos como los nuestros, que sostienen sociedades altamente fragmentadas que desde su independencia no han logrado o no se han impuesto resolver el problema de la distribución de la riqueza, aun cuando en todos los discursos y sobre todo los de la derecha política, aparezca el tema, como aparecía la lucha contra la desocupación en los 90.

S. Alamo (2006) afirma que la vulnerabilidad psicosocial, se entendería como el grado de fragilidad psíquica que puede llegar a tener una persona al no ser atendidas sus necesidades psicosociales básicas entre las que podemos mencionar el no acceso al derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a la recreación, a la seguridad afectiva, etc. Cuando nos encontramos con personas que padecen vulnerabilidad psicosocial observamos que también puede producirse una cierta fragilización tanto de su trabajo o inserción laboral y de sus vínculos o inserción relacional.

Como podemos notar en esta construcción conceptual aparecen muy marcados las nociones de fragilidad, incapacidad, etc., y en el relevamiento del estado del arte realizado hemos notado que efectivamente esta mirada de la cuestión lleva a centrarse casi exclusivamente en el argumento causal de la pobreza, y su consecuente necesidad de reclamación o compensación económica.

Insistimos en esta cuestión porque entendemos que tiene, además, consecuencias técnicas y otras de carácter político organizativo.

Vulnerabilidad Psicosocio-laboral y salud mental.

Para no interrumpir bruscamente la lógica de nuestra construcción, antes de pasar a responder al subtítulo formulado en el párrafo anterior, queremos presentar nuestro constructo de vulnerabilidad psicosocio-laboral (VPSL).

En un reciente artículo, definíamos a la vulnerabilidad psicosocio-laboral como un constructo, que determina un campo de investigación interdisciplinaria, que incluye el estudio de los riesgos que afrontan las personas vinculadas al mundo del trabajo, y sus relaciones con la integridad de la salud, permitiendo abordar desde una perspectiva más completa los problemas y consecuencias que sobre la salud mental tienen los procesos laborales, tanto desde la perspectiva del trabajo como del no trabajo (Bonantini, C, Simonetti, G, et al, 2009)

La vulnerabilidad psicosocio-laboral implica una trama invisible de relaciones sociales y laborales que afectan la vida cotidiana de los trabajadores. Para hacer visible lo invisible de este proceso es necesario avanzar con una estrategia metodológica que permita comprender el entramado de variables que se suscitan en las actuales condiciones sociolaborales. El desarrollo de la concepción de vulnerabilidad psicosocio-laboral permitiría comprender, describir y analizar un conjunto de variables más extensas que hacen a los procesos psico-socio-laborales.

Estudiar la VPSL supone la necesidad de establecer de qué manera afectan las condiciones de existencia del trabajador, a su salud psíquica y social. Queremos remarcar este matiz conceptual que implica la definición de la salud como un problema social más que como un problema individual, y cómo las condiciones de trabajo y la ausencia de una ocupación remunerada, entre otras cuestiones ya indicadas, tienen un efecto devastador sobre el trabajador, su familia y el entorno social.

A la vez, relacionar a la salud con la vulnerabilidad en un campo tan importante como lo es el de las prácticas laborales, nos permite avanzar en la determinación de las diferentes formas de afectación que encontramos cuando analizamos las relaciones de referencia.

Una de nuestras hipótesis es que los efectos de las condiciones de trabajo y no trabajo no son iguales para todos los actores laborales; el mayor índice de VPSL implicará un mayor riesgo a padecer trastornos en la salud e incrementará el sufrimiento psíquico al que se encuentran sometidos los trabajadores.

Consideramos que es necesario tener en cuenta en la definición del constructo VPSL que éste constituye un concepto dinámico, que varía no solo de situación a situación y de sujeto a sujeto, o de conjunto de sujetos a conjunto de sujetos, sino que también varía en el entrelazamiento de las condiciones situacionales en las que el sujeto o conjunto de sujetos se encuentra.

Esto hace que aumente la importancia de contar con un instrumento de screening que permita mapear las condiciones de VPSL en determinadas situaciones de diferentes colectivos laborales, lo que posibilitará realizar acciones de abordaje de la problemática de vulnerabilidad de estos colectivos y sus efectos sobre la salud mental. Se crean condiciones para desarrollar políticas globales que atiendan a los sectores más débiles del espectro social.

Las personas que se encuentran en estado de vulnerabilidad, a nuestro entender, tienen un mayor sufrimiento psíquico por carecer de recursos para afrontar las situaciones de crisis, que aquellas que son atrapadas en un proceso caótico pero con mayores herramientas para enfrentarlo. Así, aquellas personas que posean mayores recursos económicos; un nivel de estudios que les otorgue competencias laborales especializadas y requeridas por el mercado de trabajo; que tengan una situación socio familiar más estable; que posean un mayor capital social, medido en términos de relaciones que les faciliten el acceso a oportunidades laborales; que exhiban una mayor iniciativa o agresividad en la búsqueda de soluciones para sus problemas; etc., podrán desarrollar estrategias de supervivencia más adecuadas que quienes no lo posean.

 

Algunas consecuencias de este punto de vista

Decíamos que nuestro posicionamiento teórico supone además de consecuencias técnicas, otras de carácter político organizativo.

En primer lugar implica una manera distinta de ver el abordaje de la población objetivo. Si nos focalizamos en la cuestión del riesgo antes que en el problema de la carencia, si miramos la cuestión del desarrollo de los recursos humanos con que cuenta la sociedad y la competencias laborales mas requeridas antes que en la asistencia vacía que en el presente brinda el Estado, satisfaciendo casi exclusivamente la demanda económica, podemos tener un horizonte de visibilidad mucho mas amplio y profundo.

Esta mirada se enlaza con la cuestión de la autonomía tal como la formulara Castoriadis (2005), es decir con la capacidad de los actores sociales de formular sus propias normas, de organizar libremente su propia vida social, con la participación de técnicos, intelectuales y trabajadores sociales, pero sin el paternalismo que frecuentemente se define cuando las acciones de asistencia se convierten en un sostén de sectores ajenos al territorio, o por la visibilidad de un Estado colonizado por el clientelismo, al que no le interesa más que un bastardo rédito político, en la lucha canibalística por el poder de los diferentes sectores de la política vernácula.

También nuestra postura tiene consecuencias de carácter práctico, ya que consideramos que el trabajo en el territorio (barrio, zona o ciudad) tiene que reinventar modelos de trabajo colectivos y solidarios que atiendan a las necesidades globales de los participantes del mismo. Desde una perspectiva de desarrollo local, es necesario trabajar en la mejora de las condiciones de vida con las herramientas que nos brindan la formación continua, la investigación operativa en el territorio y la asistencia a los malestares psicológicos y socio familiares de los actores.

Pero además debemos tener en cuenta las grandes transformaciones que ha sufrido la sociedad industrial y las condiciones de exclusión impuestas por el capitalismo en la actualidad que marginan a muchos sectores condenándolos a miserables condiciones de vida, y en ello también se juega el concepto de autonomía que, los propios trabajadores, han puesto en juego a partir de novedosas formas de propiedad colectiva de los medios de producción, que se están gestando en el nuevo milenio y que se expresan en los movimientos cooperativos de producción, en las fábricas recuperadas, en el desarrollo de empresas de reinserción socio laboral, todos estos ejemplo de formas creativas de unidad entre el saber técnico y la acción autónoma en los procesos de desarrollo local.

 

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[1] Publicado en Revista Psyberia año 1 n° 2.Facultad de Psicología UNR. Año 2009

 

[2] Colaboraron en este artículo: Ps. Victor Quiroga, Ps. Silvana Lerma, Ps. Mauricio Cervigni, Ps. María R. Cattaneo, Ps. Miguel Gallego, Ps, Maria Milicich. También participan en el Proyecto de Investigación las becarias: 

 

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